Debo confesar que estoy muy sorprendido, seguramente al
igual que muchos de vosotros, de la temporada que ha hecho el Atlético de
Madrid, pase lo que pase en la final de Copa del Rey. Personalmente este
Atlético me ha parecido el mejor equipo desde que ganase el doblete en la
temporada 95/96 y eso que por allí han pasado jugadores de la talla de Fernando
Torres, Diego Forlán, Sergio Agüero, y un largo etcétera. Nunca me hubiese
creído a principio de temporada que el conjunto colchonero fuera a aguantar
tantísimas jornadas entre los dos primeros de la clasificación, por muy mala
temporada que hubiera cosechado cualquiera de los dos grandes, pero así lo ha
hecho, y con todo merecimiento.
Gran parte del mérito es, como no podía ser de otra forma,
de los jugadores. Los Falcao, Courtois, Diego Costa, Godín, etcétera, han hecho
una campaña para enmarcar, pero para mí hay un hombre que destaca por encima de
todos ellos, y no porque juegue precisamente en el campo. Hablo, cómo no, de
Diego Pablo Simeone. El entrenador del Atlético de Madrid ha conseguido quitar
de un plumazo la creencia de muchos aficionados de que este club es “el pupas”
de España, el equipo sobre el que caen todas las desgracias, un segundón
condenado a vivir en la sombra; y Simeone lo ha hecho creyendo en una idea y
sobre todo inculcando a sus jugadores algo que él tiene y que siempre ha
tenido, garra y personalidad.
Durante muchos meses hemos podido disfrutar de un Atlético
de Madrid agresivo, guerrero, con presión y sobre todo compenetrado, jugando
todos a lo mismo. No hemos visto a un Atlético de Madrid de posesión de balón
ni de juego excelso, pero no todo tiene que ser el fútbol preciosista del
Barcelona o de la selección española, basta con tener una idea clara de qué
quieres y poner a todos los soldados a cumplir su función.
Simeone ha hecho un equipo ganador, campeón. La pasada
temporada los colchoneros ya se llevaron la Europa League a Madrid y en ésta terminaron
de coronarse con la Supercopa de Europa con un Falcao en plan estrella mundial.
Pero ahí no acaba la película. Por si no era suficiente los atléticos podrán
disfrutar de una final de Copa del Rey frente a su eterno rival y de una
clasificación para Champions más que merecida. Es cierto que el Atleti cayó en
Europa League y que al final acabó cediendo unos puntos en Liga que le van a
condenar a la tercera plaza, pero no sería justo juzgarles por eso. En Europa
fueron eliminados por un error grosero en el descuento de la ida o, tal y como
yo lo veo, por un exceso de ambición y valentía; y en Liga no han podido hacer
más de lo que han hecho, el dinero (y lo que de él se desprende) como casi
siempre ha hecho que el Real Madrid supere en la tabla a un equipo al que le han
sobrado diez jornadas, o le han faltado tres o cuatro jugadores, según se vea.
El caso es que Simeone ha sido capaz de conseguir todo esto
siendo un director firme, con personalidad, severo, ambicioso y con mano
izquierda; una personalidad que le viene como anillo al dedo al Atlético de
Madrid.
Pero el mundo del fútbol es caprichoso. Un día estás en la
cima y al día siguiente en el subsuelo, así que el Atlético de Madrid debería
disfrutar de estos días de gloria y de este entrenador glorioso porque cuando
vengan las vacas flacas éste equipo siempre será recordado como el Atléti de
Simeone.
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